El nuevo Pacto federal mexicano

ANTONIO NAVALÓN 21-OCT-2013

Uno de los peores fenómenos de la llamada alternancia mexicana o éxito democrático, en el año 2000, fue el papel ondulante, vacilante y basculante que adquirieron los gobernadores de cada uno de los estados de la República.

Durante los 70 años en los que gobernó el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ni modo, no era posible elegir a ningún sucesor que no le pareciera bien al Presidente quien, a su vez, tenía que consensuarlo con las distintas fuerzas del país, sobre todo, a partir del tercer año de mandato.

Después llegó el Partido Acción Nacional, con Vicente Fox como el candidato ganador y todo fue una fiesta. Corta y con final amargo, pero fiesta. Fue en aquél momento cuando los gobernadores descubrieron que se habían quedado huérfanos, que nadie mandaba sobre ellos y que, además, Francisco Gil y Vicente Fox habían decidido que una manera de garantizar la paz política de la alternancia era darle nada al PRI y todo a los gobernadores.

Fue así como los gobernadores estatales comenzaron a tener sueños de grandeza y vicios de ricos. Por ejemplo, algunos políticos consideraron que, con aviones y modelos, cualquiera de ellos podía ser gobernador. Por ejemplo, algunos gobernadores pensaron que cualquiera de ellos podía ser presidente, y bueno, la historia lo demostró. Al menos, uno lo consiguió: Enrique Peña Nieto, ex gobernador del Estado de México.

Para todas las cabezas de los estados, barra libre, chequera libre y la idea de mirar los crímenes del pasado priísta, pero claro, los circunscritos a la presidencia y al Distrito Federal. Es decir, de la zona conurbada del Estado de México hacia arriba, hasta la frontera con Estados Unidos, ni hablar. Y lo mismo hacia el Sur, por lo que, desde Hidalgo o Puebla hasta la frontera con Guatemala, mejor ni mirar.

Sin embargo, después de lo importantes que fueron los gobernadores en la formación del presente político mexicano, ahora se han convertido en un material despreciable.

Me parece muy peligrosa esa manía nacional que se ha instalado de “dispárele a un gobernador que es gratis”. Porque, aunque estoy de acuerdo con mucho de lo realizado por los genios de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público que, por cierto, nunca tuvieron actividad política anterior ni administraron ningún estado, quizá por eso mismo están aplicando una ley tan seca y brutal que me parece peligrosa. Sin importar si el gobernador es de Chiapas o de Coahuila, le obligan a postrarse de rodillas ante el subsecretario de Egresos para preguntar: “¿Con qué pagaré la quincena?”.

Es muy peligroso devaluar, hasta esos extremos, la figura troncal de un gobernador. Muy peligroso. ¿Por qué lo digo? Pues muy sencillo, porque, si es cierto lo que se dice en Palacio Nacional respecto a que el Gobierno federal da 100 pesos a los gobernadores, de los cuales 20 van para las entidades y 80 para sus bolsillos personales, entonces lo que se debe hacer es cortar la mano y el bolsillo de quien infringe la ley. ¿Por qué no reacciona así el Gobierno? ¿Será que todos son iguales? ¿Están parejos en el robo?

Y a los demás, les aconsejo no destruir la credibilidad pública de la figura de los gobernadores. Lo digo porque, en primer lugar, no por eso impediremos que otro gobernador pueda llegar a Presidente y, en segundo, porque desapareciendo o desacreditando ese nivel de gobierno, en un país donde es tan importante el Pacto imperfecto -pero pacto federal a fin de cuentas- y es tan troncal la figura de los gobernadores -como el equivalente al Papa para Dios en la tierra-, si se hace fácil despreciarlos, atacarlos, minusvalorarlos, entonces pregunto al Gobierno federal: ¿quién gobernará? ¿Quién?

Versión original La silla rota

Antonio Navalón en Twitter @navalon_antonio

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